| Color orina y sabor a chicle. Él no lo dijo, pero quizá lo pensó. Muchos lo piensan. En abril de 1999, el recién llegado a Lima presidente del directorio de The Coca-Cola Company, M. Douglas Ivester, tuvo que probar en público –para el público– la gaseosa que los peruanos preferían. Entrevista de rigor. La prensa esperaba el trago definitivo. Él no lo dijo, pero quizá lo pensó: la bebida gaseosa más bebida en todo el mundo había sido derrotada, lejos de casa, por una desconocida.
El brindis fue la claudicación: Coca-Cola no podía competir con Inca Kola, así que sacó la billetera y la compró. Perder, comprar, todo depende del envase con que se mire. Lo cierto es que la compañía que había hecho añicos a la Pepsi en Estados Unidos, y que en menos de una semana desbarató el imperio de esta bebida en Venezuela, que facturaba más de diez mil millones de dólares al año, que pudo conquistar el enorme mercado asiático, que auspiciaba en exclusiva los mundiales de fútbol y las olimpiadas, que distribuía botellas etiquetadas en más de ochenta idiomas, que alguna vez hizo de Buenos Aires la ciudad más cocacolera del mundo, que se había adueñado de Columbia Pictures, que estuvo a punto de comprar American Express, que fue publicitada por The Beatles y Marilyn Monroe, y que hacía que el emperador de Etiopía, Haile Selassie, subiera a su avión sólo para ir a comprarla a países vecinos, es decir, la Coke, nunca logró convencer del todo el paladar de un país tercermundista llamado Perú. Primera plana del día siguiente: «Presidente de Coca-Cola brinda con Inca Kola». Era Goliat arrodillándose ante David luego de la pedrada en la frente.
El gigante maquilló bien la herida. M. Douglas Ivester tomó Inca Kola con una enorme sonrisa: el sabor dulce de la derrota. ¿Dulce? «Demasiado. La gaseosa es horrible, no me gusta», respondió Gregory Luboz, francés en el Perú, a una de las preguntas que lanzamos por Internet. «It’s bubble gum. How do you like that thing?», escupió Ingrid, asqueada, desde Alemania. «Una rara avis, por su color y sabor indefinible», escribió el catalán Óscar del Álamo en su estudio La Fórmula mágica de Inca Kola para el Institut Internacional de Governabilitat de Catalunya. Pero esa «uncommon cola» sobre la que previene la guía de viajes South America, editada en Estados Unidos, despunta con el cuarenta y dos por ciento las estadísticas de preferencias de gaseosas en el Perú. Mientras, Coca-Cola, always, más abajo, tiene un treinta y nueve por ciento. Pepsi (y su vergonzoso cinco por ciento) no existe. Años atrás, la cadena de comida rápida McDonald’s demostró, divorciándose de su eterna compañera, que el Perú sólo tenía ojos para una bebida gaseosa. Surgió el matrimonio Big Mac-Inca Kola. Empezaban los años noventa y los chifas –restaurantes de comida chino-peruana, la de mayor oferta en Lima– tuvieron que cambiar sus contratos de exclusividad en vista de la avalancha amarilla. «Coca-Cola la ve negra», informaba 17,65%, una revista de publicidad de Lima. «Enjoy Coke, but in Peru… Inca Kola is it!», titulaba la Universidad de Harvard un estudio de su Escuela de Administración de Negocios. Cadenas internacionales de televisión como la CNN, Univisión y Eco, difundían reportajes sobre el fenómeno amarillo. Había un obvio ganador.
En el cólico de la desesperación, la transnacional desmanteló dos veces su equipo de márketing en Lima, y un grupo de empresas coreanas encabezado por Hyundai anunciaba su interés por embotellar la «gaseosa color orina» (Maria Johnson, e-mail desde Canadá) en su país. 1997 fue el año en que Coca-Cola empezó a negociar la compra de su vencedor. Tenía que apurarse. La familia Lindley, dueña de Inca Kola, ya coqueteaba con Cervecerías Unidas S.A., la mayor cervecera de Chile, y con el grupo Polar de Venezuela. Así que el mandamás de Coke tuvo que pagar doscientos millones de dólares para adueñarse del cincuenta por ciento de Inca Kola y celebrar su propia derrota. Luego, el brindis. «Inca Kola es un tesoro peruano. Vemos que hay buenas posibilidades para ampliarla al mercado internacional», dijo Mr. Goliat elogiando a David. Pero han pasado varios años, Coca-Cola ya es dueña absoluta de Inca Kola, y el imperio de la Inca sólo se ha expandido unos metros al sur y otros al norte de su frontera original. Lo que M. Douglas Ivester no sabía –y usted está a punto de degustar– es que para exportar Inca Kola hay que exportar primero los sabores excesivos del Perú. Ésa es su fórmula secreta.
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